Fue otro quijote, de los tantos que ha parido la larga y trágica historia colombiana. Desde que tuvo memoria de su existencia, supo que su destino era torcerle el cuello a una realidad dolosa y miserable que regía los destinos de un país ahogado en la violencia, la ignorancia, la exclusión, el hambre y la incertidumbre. Estudió como todos los estudiantes de su tiempo, priorizando las materias que le gustaban, por considerar que le ayudaban a su formación y a perfilar un donde vivir y crear en paz, aquellas clases que abrían caminos y conciencias. Así, dejaba de lado aquellas materias que, percibía que estaban orientadas a moldear el prototipo del ser humano que había de estar al servicio de una casta política dispuesta a criminalizar todo tipo de expresión social y cultural, que pudiera atentar contra los privilegios históricos que se habían apropiado con la ayuda de la cruz y el machete.