Lunes, 09 Marzo 2015 15:24

Memorias de un proceso de paz

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A las 11:50 de la mañana del domingo 29 de mayo de 1988, cuando un comando del M-19 secuestró al dirigente conservador y director del periódico El Siglo, Álvaro Gómez Hurtado, empezó a gestarse el proceso de paz que condujo a esta organización guerrillera a declinar sus armas. Aunque la operación se hizo inicialmente en respuesta a la desaparición de algunos militantes del M-19, con el paso de los días se transformó en una plataforma política para que los diálogos de paz se hicieran irreversibles.

 

 

Cuando todavía era un misterio saber quién tenía secuestrado al dirigente político, un grupo que se autodenominó “Colombianos por la Salvación Nacional” anunció que lo tenía en su poder y que iba a liberarlo sin contraprestación política o económica. Su propósito, según manifestó a través de un comunicado público, era que por intermedio de ese cautiverio la sociedad se reconciliara con las familias de los desaparecidos y se manifestara contra el estado de sitio, las masacres o las detenciones arbitrarias.

Por las particularidades de la declaración, los organismos de inteligencia concluyeron que se trataba del M-19. Pero antes de que se gestara un proceso de confrontación, el M-19 hizo público un documento de 11 puntos para ventilar una propuesta política: la firma de un acuerdo de cese al fuego por 60 días entre el gobierno y la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, y la realización de una cumbre por la salvación nacional en la sede de la Nunciatura Apostólica, hasta encontrar una salida a la guerra.

Aunque inicialmente el gobierno respondió con un portazo, un grupo de 33 dirigentes públicos, apoyados por diversas organizaciones sociales y políticas, expidió una proclama para solicitar la convocatoria de un plebiscito, con la posibilidad de convertirse en organismo constituyente para facilitar cambios económicos y sociales y lograr la paz. Desde ese momento en adelante, se abrió paso una negociación política en Bogotá y Panamá que, el miércoles 20 de julio de 1988, permitió la liberación de Gómez Hurtado.

A partir de entonces, de conformidad con la llamada Acta de Panamá, empezó a prepararse la Cumbre de Salvación Nacional, que se realizó el viernes 29 de julio en una remodelada casona ubicada en el sector de Usaquén, dispuesta para la práctica de retiros espirituales. A ese centro de estudios pastorales concurrieron voceros de los partidos políticos, de la iglesia y de las organizaciones de derechos humanos. El M-19 envió un mensaje para expresar sus puntos de vista acerca de la paz y un video para pedirle al gobierno respuestas.


La posición del presidente Virgilio Barco se produjo el 1 de septiembre a través de un documento denominado “Iniciativa de paz en Colombia”. La idea del Ejecutivo era alcanzar el desarme a través de tres fases: una etapa de distensión para consolidar un ambiente de entendimiento, un momento de transición con un manual de procedimientos para la ubicación temporal de alzados en armas, y una fase de incorporación definitiva a la vida democrática con una ley de indulto incluida en el plan de paz.

Entre el 19 de septiembre y el 1 de octubre, los principales líderes del M-19 sostuvieron una reunión clandestina en la que se debatió intensamente la fórmula del gobierno. Finalmente se acordó solicitarle al gobierno Barco un encuentro directo con testigos de excepción surgidos de la llamada Comisión de Convivencia Democrática. Cuando llegaba diciembre de 1988, un nuevo plan de paz presentado por el exministro Álvaro Leyva, incentivó aún más los intereses de que se abriera paso una mesa de diálogo.

Durante la clausura de las sesiones del Congreso en diciembre de ese 1988, el presidente Barco sorprendió al país cuando admitió la decisión del Ejecutivo de entablar diálogos formales y directos con el M-19. En esas condiciones, los delegados del gobierno y de la guerrilla empezaron a hacer contactos, hasta que el 10 de enero de 1989 se hizo público que el entonces consejero de paz Rafael Pardo Rueda, se había reunido con el jefe máximo del M-19, Carlos Pizarro Leongómez, en cercanías de Ortega (Tolima).

Junto a Rafael Pardo participaron en el encuentro sus asesores Reinaldo Gary y Ricardo Santamaría, así como la periodista Diana Turbay y el director del Plan Nacional de Rehabilitación, Eduardo Díaz Uribe. De esa entrevista entre voceros del gobierno y el M-19 surgió un itinerario hacia la desmovilización y la democracia plena que fue hecho público por el presidente Barco. Entonces comenzó la discusión interna en la organización. No todos estaban de acuerdo en avanzar hacia la paz y mucho menos dejar las armas.

Aun así, el diálogo fue tomando forma, se suscribieron nuevos documentos y Rafael Pardo, a nombre del gobierno, y Carlos Pizarro, por el M-19, fueron creando las condiciones para avanzar hacia la paz. Hacia marzo de 1989, ya la comandancia de la organización guerrillera estaba ubicada en la vereda Santo Domingo, del municipio de Toribío (Cauca). En ese sitio, producto de los debates internos, se creó una comisión de trece voceros para la representación del M-19 en distintos escenarios políticos.

En abril de 1989, mientras Colombia vivía los días dolorosos del narcoterrorismo, en la Casa de Nariño se instaló la Mesa de Trabajo por la Paz y la Reconciliación Nacional. Según el mensaje de Carlos Pizarro, había llegado la hora de las grandes rectificaciones, las cuales debían concretarse a través de una nueva Constitución, el diseño de un Plan de Desarrollo económico y social y un marco de garantías reales para la preservación de los derechos ciudadanos. De ahí en adelante quedaron formalizados los temas a tratar.

Como lo detalla el investigador social Darío Villamizar en su libro ‘Aquel 19 será’, se conformaron varias mesas de concertación y análisis, en las cuales participaron líderes de distintas organizaciones y movimientos políticos. En julio de 1989, los aportes de las mesas de trabajo quedaron concluidos y, después de un nuevo encuentro entre Rafael Pardo y Carlos Pizarro, se expidió un documento para darle validez a los compromisos pactados. El énfasis siguiente fue concretar al Congreso para que promoviera la ley de indulto.

Después de una intensa discusión interna, el M-19 acordó firmar la paz. La entonces líder guerrillera Vera Grabe lo recuerda diciendo que “fue un acto democrático en el que apenas hubo dos votos en contra”. El jefe guerrillero Otty Patiño sostiene que “fue una decisión grande, con más de 500 personas votando, no solo la Dirección Nacional sino la fuerza militar”. En adelante era cuestión de esperar. Entre tanto, con el aval del gobierno, el M-19 fue creando “casas de paz” en varias ciudades del país para preparar a las comunidades.

El 2 de noviembre de 1989, durante un acto público en la Casa de Nariño, se firmó el Pacto Político por la Paz y la Democracia suscrito entre el gobierno, los presidentes de Senado y Cámara, la Iglesia Católica y el M-19. Un mes más tarde, el Congreso aprobó la ley de indulto para beneficiar a quienes se desmovilizaran y se acogieran al proceso de paz. El 22 de enero de 1990, el presidente Virgilio Barco firmó la Ley 77 de 1989 y con ella quedó formalizado el acuerdo de paz entre el Estado y el M-19.

Lo demás fue protocolario. El 8 de marzo de 1990, hacia las 4:30 de la tarde en el campamento de Santo Domingo, en medio de decenas de invitados y periodistas nacionales y extranjeros, Carlos Pizarro envolvió su pistola 9 mm en una bandera de Colombia y después de un emotivo discurso expresó: “El M-19, en las manos de su comandante general, hace dejación pública de la última arma, por la paz y la dignidad en Colombia. Con todos, atención, fir, oficiales de Bolívar, rompan filas”.

Al día siguiente, en Caloto (Cauca), con la presencia del entonces ministro de Gobierno, Carlos Lemos, se realizó el acto oficial de la dejación de armas. Ese mismo día, Carlos Pizarro y Antonio Navarro viajaron a Bogotá y en la Casa de Nariño suscribieron con el presidente Barco el acuerdo político entre el gobierno y el M-19. Terminaban 16 años de vida guerrillera y el M-19 empezaba a vivir una nueva historia, esta vez como Alianza Democrática, cambiando el fuego de las armas por el poder de las urnas.

Aunque apenas un mes y medio después fue asesinado el ya candidato presidencial Carlos Pizarro, el M-19 decidió seguir adelante con sus propósitos de paz. Con el ascenso al poder de César Gaviria, el excomandante del M-19, Antonio Navarro, entró a ocupar el ministerio de Salud. Sin embargo, hacia finales de 1990 lo dejó en manos de Camilo González Posso porque Navarro encabezó la lista de la ADM-19 a la Asamblea Nacional Constituyente. En diciembre fue la fuerza mayoritaria en las urnas.

Entre febrero y julio de 1991, con Antonio Navarro como uno de los tres presidentes de la Constituyente –los otros dos fueron Álvaro Gómez y Horacio Serpa-, la ADM-19 cumplió un papel protagónico en la redacción de la nueva Carta Política. Después de la reforma de la Constitución, la organización logró un buen dividendo en las elecciones parlamentarias de ese mismo año y se dieron a conocer nuevos líderes políticos porque los constituyentes quedaron inhabilitados para hacer parte del nuevo Congreso.

En 1994, la ADM-19 tuvo un notorio retroceso político y prácticamente la organización fue borrada del panorama electoral. Sin embargo, sus principales líderes siguieron tomando parte activa en las decisiones públicas. En especial dos dirigentes empezaron a desplegar una carrera política en ascenso. Antonio Navarro fue candidato presidencial, alcalde de Pasto, gobernador de Nariño, y en la actualidad es senador de la República e influyente dirigente político en los nuevos retos de Colombia.

Con él fue cobrando también importancia Gustavo Petro Urrego. Primero como representante a la Cámara, después como senador de la República y candidato presidencial, y en la actualidad como alcalde Mayor de Bogotá. Tanto Navarro como Petro, a pesar de sus contradictores políticos, han honrado la paz que firmó hace 25 años en Santo Domingo el M-19. Un cuarto de siglo en que han existido muchas dificultades pero también ha prevalecido entre sus integrantes la convicción de que así como hubo un momento para la guerra ahora sigue siendo urgente incentivar la paz.

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